Un relato y mucha historia


Un relato y mucha historia
Alcira Anguiano recuerda los años vividos relacionada al Colegio, que son muchos, ya que se remontan a su sexto grado con las Hermanas Pobres Bonaerenses, y la historia se prolonga con su acción docente y madre de familia.

Alcira Anguiano hoy tiene 79 años y se vinculó al Instituto San José, más conocido por entonces como “asilo”, cuando ingresó para cursar su sexto grado en la entidad dirigida por las Hermanas Pobres Bonaerenses.
De aquellos días, junto a Cambio 2000 rememora que “en aquel tiempo, izábamos la bandera en el patio por entonces descubierto, cuando en el invierno todavía estaba helando sobre nosotros que vestíamos polleras oscuras debajo de las rodillas y medias tres cuartos; también una boina que debía llevar un pin; y cuando íbamos a misa, si alguien olvidaba ese pin, tenía que volver a buscarlo. Había gran disciplina, tanto para la forma de actuar como de respetar el uniforme”.
“Había una Madre Superiora a la que cada vez que encontrábamos, debíamos acercarnos, así fuera diez veces en el día, para pedirle la bendición; ella así lo hacía, era un amor, una dulzura; y recuerdo que cada 3 de octubre con motivo del día de su santo, se organizaban unas fiestas hermosas que aún hoy recuerdo, como por ejemplo, en una oportunidad cuando se recitó una oración por la paz con una representación de lo que significaba la guerra; me parece estar viéndolo y sé que a la gente, en aquel recitado, se le cayeron las lágrimas”.
“La que por entonces estaba a cargo de la Dirección del Colegio -recuerda-, era a la vez mi maestra de sexto grado; me quería muchísimo, más porque en aquel entonces no había demasiado material para trabajar, y yo era la encargada de dibujar para ella; lo hacía todo el año, aunque mis compañeras me dijeran que era su preferida; y tal vez había algo de eso, porque en una oportunidad, cuando nos encontró tocando el piano que estaba dentro del aula, que no nos permitían hacerlo, a mí no me reprendió como al resto”.
“De aquel grupo de doce compañeras, vivimos todas salvo la hija de los propietarios de la Tienda La Imperial, que estaba en la esquina de Rivadavia y Colón. Mis compañeras eran más jóvenes que yo, que me había atrasado con motivo de haber estado muy enferma, de todos modos, en el Colegio no había muchas alumnas, las externas éramos pocas, ya que había muchas niñas pobres que estaban internas. Y una de mis compañeras más queridas fue Irma Campos, a la que recuerdo especialmente porque en ese año de sexto grado había perdido a su mamá”, relata Alcira Anguiano.
“Tiempo después, las Hermanas Pobres se fueron prácticamente de un día para otro, y a eso lo recuerdo porque yo ya trabajaba como docente, porque siendo la más grande, y muy afecta al estudio, había hecho un sexto grado brillante, y me habían convocado para dar clases en primero, después en segundo y tercer grado, porque en ese tiempo no abundaban las maestras, y a la vez contaba con la experiencia de haber hecho suplencias en escuelas rurales. Por entonces yo estaba de novia ya, y al poco tiempo dejé el Colegio porque me casé”, expresa.
“Cuando las Hermanas Pobres se fueron a Córdoba, un grupo de gente salió en busca de vecinos para integrar una comisión para empezar a trabajar para reflotar el Colegio y reabrirlo; y así fue, porque esa gente tenía un empuje tremendo. De esas Hermanas Pobres, supe después que la hermana María Celia de Santa Teresa, que fue mi maestra de sexto grado, a los casi cien años, aún vive en Buenos Aires, pero está muy perdida”.
“Se hicieron muchos esfuerzos y sacrificios para que el Colegio llegue a ser lo que fue después. Las hermanas Franciscanas, y en especial la hermana Eligia hicieron muchísimo por la institución, así como muchos profesores que en principio llegaron a donar hasta sus sueldos, a fin de que todo fuera creciendo y acomodándose”, evoca.
“Mi vida siempre estuvo muy ligada al Colegio: fui alumna, docente y mis hijos concurrieron allí. En algún momento estuve por dejarlo, cuando enviudé y mi hermano me consiguió un trabajo en Bahía Blanca, pero me parecía que irme era abandonar los hermosos recuerdos de mi vida, por eso me quedé y el Colegio fue mi salvación, porque las hermanas Marina, Eleonora y Honorata, me dieron la posibilidad de que siguiera trabajando como preceptora, también en la biblioteca, como auxiliar de secretaría y donde me necesitaran. A esa institución debo el bienestar de mis hijos, que se hicieron profesionales, y en ese lugar me jubilé”.
Para finalizar, Alcira Anguiano dijo: “Con lo que quiero a ese Colegio, deseo que nunca lo dejen decaer porque es un pedestal para Carhué por más que hayan cambiado los tiempos y la vida; y ese es el sitio más recordado por mí con el mayor de los cariños”.
Fuente: Semanario "Cambio 2000"